Traducción de Mercedes López-Ballesteros
«-He leído un libro bastante famoso que no sabía que lo fuera -me decía,  y cogía el volumen francés de la estantería y lo agitaba ante mis ojos,  como si con él en la mano pudiera hablarme con mayor conocimiento de  causa y además me demostrara que en efecto lo había leído-. Es una  novela corta de Balzac que me da la razón respecto a Luisa, respecto a  lo que le ocurrirá de aquí a un tiempo. Cuenta la historia de un Coronel  napoleónico que fue dado por muerto en la batalla de Eylau. Esta batalla  tuvo lugar entre el 7 y el 8 de febrero de 1807 cerca de la población de  ese nombre, en la Prusia Oriental, y enfrentó a los ejércitos francés y  ruso con un frío del demonio, se dice que quizá sea la batalla librada  con el tiempo más inclemente de toda la historia, aunque ignoro cómo  puede saberse eso y menos aún afirmarse. Este Coronel, Chabert de  nombre, al mando de un regimiento de caballería, recibe un brutal  sablazo en el cráneo en el transcurso del combate. Hay un momento de la  novela en el que, al quitarse el sombrero en presencia de un abogado, se  le levanta también la peluca que lleva, y se le ve una monstruosa  cicatriz transversal que le coge desde el occipucio hasta el ojo  derecho, imagínate -y se señaló la trayectoria en la cabeza, pasándose  lentamente el índice-, formando "un enorme costurón prominente", en  palabras de Balzac, quien añade que el primer pensamiento que semejante  herida sugería era "¡Por ahí se ha escapado la inteligencia!". El  Mariscal Murat, el mismo que sofocó en Madrid el levantamiento del 2 de  mayo, lanza entonces una carga de mil quinientos jinetes para  socorrerlo, pero todos ellos, Murat el primero, pasan por encima de  Chabert, de su cuerpo recién abatido. Se lo da por muerto pese a que el  Emperador, que le tenía aprecio, envía a dos cirujanos a verificar su  defunción en el campo de batalla; pero esos dos hombres negligentes,  sabedores de que le habían abierto la cabeza de parte a parte y luego lo  habían pisoteado dos regimientos de caballería, no se molestan ni en  tomarle el pulso y la certifican oficialmente, aunque a la ligera, y esa  muerte pasa a constar en los boletines del ejército francés, en los que  se consigna y detalla, y así se convierte en un hecho histórico. Se lo  apila en una fosa con los demás cadáveres desnudos, según era la  costumbre: había sido un vivo ilustre, pero ahora es sólo un muerto en  medio del frío y todos van al mismo sitio. El Coronel, de manera  inverosímil pero muy convincente tal como se lo relata a un abogado  parisiense, Derville, al que quiere encargar su caso, recupera el  conocimiento antes de ser sepultado, cree estar muerto, se da cuenta de  que está vivo, y con muchas dificultades y suerte logra salir de esa  pirámide de fantasmas después de haber pertenecido a ellos quién sabe  durante cuántas horas y de haber oído, o creído oír, como dice -y aquí  Díaz-Varela abrió el librito y buscó una cita, las debía de tener  señaladas y tal vez por eso lo había cogido, para ofrecerme alguna de  vez en cuando-, "gemidos lanzados por el mundo de cadáveres en medio del  cual yo yacía"; y añade que aún "hay noches en que creo oír esos suspiros ahogados"...»
De la novela Los enamoramientos, de Javier MaríasBlog de Javier Marías:https://javiermariasblog.wordpress.com/category/reino-de-redonda/