… Hacía tiempo que no llovía por aquellos lugares. La tierra echaba de menos el pisar de las criaturas en busca de lombrices con cuernos, que agonizaban bajo las piedras y las piedras se morían de sed. Ahora sé de quiénes eran los cantos que oía. Las chicas del pueblo han organizado la procesión con la novia de la lluvia a la cabeza, desde el centro del pueblo hasta el santuario. Pero ¿por qué no las he visto venir?
Quiero ir, pero el espectáculo me cautiva más de lejos. Me siento sobre la piedra de en medio y contemplo el ajetreo de las mujeres, los gritos de alegría que emi¬ten y el jaleo alrededor de la comida. Me duermo un rato y me despiertan voces y pasos escaleras abajo. Estoy en la cueva del santo. Las mismas cavidades en las paredes rocosas en forma de estantes naturales donde todavía arden algunas velas y el depositario del dinero. En el suelo, pan y agua para los caminantes. Y de nuevo el mar. Subo por el acantilado y me rocía suavemente. Me rodean voces con velas encendidas, se efectúa la danza, la paz estremece…
Pasajes de El eterno retorno, de Asmaa Aouattah