Las transformaciones contemporáneas, que genéricamente se podrían encuadrar bajo el rótulo de globalización, han afectado de diferentes formas al islam: la emigración en primer lugar, que ha provocado por primera vez la existencia de un islam europeo, a caballo entre la aceptación de valores occidentales y procesos de reislamización de características propias (fundamentalismo, piedad individual, nuevas formas de socialización); la evolución de los partidos islamistas, que al compás de su incapacidad para acceder al poder se han ido vaciando de contenidos propios para convertirse en organizaciones nacionalistas y desideologizadas, con lo que han perdido su potencial transformador; la emergencia de un radicalismo transnacional que afirma ser de base islámica y cuya actuación se sitúa no en el epicentro de los conflictos musulmanes, sino más bien en sus márgenes (Afganistán, Chechenia, Filipinas, Estados Unidos...); la existencia de una «umma virtual» que se expresa a través de Internet. Todos ellos hablan de una modernización e incluso occidentalización frustradas, pero que no dejan de constituirseen respuestas: frente a las nuevas tecnologías, los procesos de aculturación, las nuevas relaciones de poder internacionales.
