La justicia es en teoría la voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde. Sin embargo, en la práctica, la virtud de ser justo varía de acuerdo con la aplicación de una u otra de sus dos propiedades principales: la conmutativa y la distributiva. La primera es la expresión del principio de reciprocidad o la equivalencia, la segunda busca la distribución solidaria de los bienes. La conmutativa se ubica en el plano de la moral personal y la distributiva pertenece a la esfera de la política. Así la actitud moral de cada ciudadano se refleja en su acción política.
La virtud de la justicia consiste en la persecución de un ideal y en ese sentido es admirable y digna de consideración. En este contexto utópico se aprecia mejor la importancia de la justicia como virtud personal. Debo ser justo aunque nada positivo resulte de ello, aunque sea el único ingenuo que lo haga. He aquí una nueva visión de "hacer justicia y que ruede el mundo".
Debo querer ser justo, independientemente de que los demás lo quieran o no, lo sean o no. Esta es la característica esencial de la justicia. Es mejor sufrir que cometer injusticia, como afirmara Sócrates en su interpretación al respecto: en el terreno ético es peor cometerla que padecerla. Nosotros sólo somos responsables de lo que hacemos, no de lo que nos hacen, por lo tanto, en la idea del filósofo la justicia consiste en el carácter absoluto de la buena voluntad.
La regla de oro de la justicia es: obra con los demás tal como te gustaría que ellos lo hicieran contigo. Debo, pues, ser justo con los demás, aunque no me interese que los demás lo sean conmigo y esté convencido de que no lo van a ser.
La justicia no es fácil ni ventajosa, no puedo dejar de ser imparcial o solidario ni siquiera bajo la perspectiva de que, probablemente, no alcanzaré imparcialidad y solidaridad similares si alguna vez llegara a necesitarlas.